¿Cómo actúas ante un plato de una comida deliciosa recién hecha? ¿Lo pruebas inmediatamente? ¿o decides esperar varias horas hasta que se enfríe y pierda su esencia, para poder analizar la forma de comerlo? Europa prefiere esperar.

Como uno de los mejores platos posibles dentro del ecosistema emprendedor, emergía la Inteligencia Artificial hace unos años.

En ese momento los mejores emprendedores se pusieron a crear líneas de código que desarrollaron los primeros sistemas que anunciaban importantes beneficios para las personas. Se produjeron grandes avances en la atención médica, automatización y simplificación en múltiples sectores afectados por la burocracia administrativa o significativas ayudas en la toma de decisiones a partir del análisis de grandes cantidades de datos.

Y en ese momento surgió en la decadente Europa una corriente que planteó una falaz dicotomía. Las dos opciones planteadas consistían, por un lado, en probar en caliente el plato de la IA (dejar hacer, experimentar, construir sistemas…), o bien en esperar, pensando en formas de empezar la comida, para así prevenir riesgos futuros (sí, futuros, de algo en ciernes, que todavía no existe).

Consejo y Parlamento de la Unión Europea, en armonía con la segunda de las opciones mencionadas, alcanzaron un acuerdo la pasada semana sobre la creación del Reglamento de Inteligencia Artificial, “celebrada” como una de las primeras normas del mundo en la materia.

Este Reglamento, como alegan expertos tecnólogos del sector, es una restricción a la experimentación necesaria para el desarrollo de la IA. El gran pecado de esta Ley es que da prioridad a los riesgos por venir, sin pensar en los beneficios inmediatos que puede aportar a la vida de los ciudadanos.

La nueva norma opta por proporcionar seguridad y protección de la forma más eficaz: prohibiendo su desarrollo. El método del perro y la rabia. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Si queremos acabar con la rabia basta con matar al perro. Y así con todo. Si queremos acabar con los accidentes de tráfico lo mejor es prohibir el coche.

Los burócratas europeos ni siquiera han pensado en el paso previo necesario a la creación de cualquier tecnología: su necesaria educación al respecto. Siguiendo con el ejemplo anterior del tráfico, podríamos citar la educación vial, esto es, enseñar a los niños a cruzar por el paso de cebra. Es decir, es necesario acompañar la investigación en IA con la creación paralela de un ecosistema bien educado, es decir con una labor de concienciación y advertencia al individuo de los riesgos que la IA, como toda nueva tecnología conlleva. Pero sin prohibir.

Las previsibles consecuencias de esta Ley resultan obvias. Cuando un  proyecto empresarial basado en IA haya sido llevado a cabo y el producto o servicio esté a la venta, caerá sobre él el peso de la normativa. El efecto inmediatamente directo será la fuga de productos y servicios hacia otras zonas regionales mundiales. ¿Quién va a querer emprender en Europa si restringe así la innovación?

Mirando hacia atrás, vemos como la expansión abierta de internet, por ejemplo, es causa directa de una ausencia regulatoria que permitió a científicos, académicos y desarrolladores crear una red global que transformó la comunicación, el acceso a la información y la manera de interactuar entre personas.

Y si todavía nos remontamos más atrás en el tiempo acabamos en la Revolución Industrial de inicios del siglo XIX. Allí surgió un movimiento popular (como el actual pero sin ser auspiciado por políticos) llamado ludismo. Los luditas eran artesanos que se oponían a que las industrias utilizaran los recién inventados telares y trilladoras porque, decían, iba a acabar con muchos puestos de trabajo.

El tiempo ha demostrado que era una falacia. Cuando se crea una tecnología que mejora un producto o un servicio todos ganamos. Y además se crean más puestos de trabajo.

Por eso, el mayor riesgo que tiene la IA es el ludismo actual, ese movimiento temeroso que desde hace justo dos siglos pretende impedir el desarrollo de cualquier tecnología que venga a mejorar la vida de la mayoría de las personas.